domingo, 29 de enero de 2012

Catalina de Medicis: el lujo italiano llega a la corte francesa


Catalina nace en Florencia en 1519 en una familia de nobles italianos venidos a más a base de intrigas, dineros y provechosos casamientos. Su padre Lorenzo II fue gran amante de las artes y las letras (Maquiavelo le dedica en 1513 su libro El Principe) y muere a causa de la sífilis unos días antes del nacimiento de la que fue su única hija. Madelaine, su madre pertenecía a una influyente familia francesa refinada y muy rica, muere al poco de nacer Catalina.
Huérfana en un mundo de hombres fue, desde su nacimiento condenada a ser moneda de cambio para futuros y provechosos matrimonios, tal era el futuro de las mujeres nobles. Educada con esmero en conventos  y palacios florentinos, bajo la rígida y atenta mirada de su tío y «benefactor» el papa Clemente VII que miraba de reojo como su duquesita se convertía en una encantadora alhaja que con un poco de suerte podría colocar en alguna de las cortes europeas.
Catalina era delgada, no muy alta, de rasgos poco delicados pero extraordinariamente ágil de mente, inteligente, culta, meticulosa y paciente, sobre todo paciente. Educada para servir, sufrir, callar y conspirar representó a las mil maravillas el papel para el que había sido diseñada.
Cuando Francisco I de Francia pidió para  su segundo hijo Enrique, Duque de Orléans, la mano de Catalina su encantador tío se frotó las manos diciendo que había jugado «el mejor partido del mundo», todos sus desvelos habían dado suculentos frutos, la niña por fin colocada en la ansiada corte francesa.
Catalina, con catorce años se dirige a Francia para casarse con un adolescente con el que tuvo diez hijos, al que  amó desde el primer momento y al que nunca consiguió conquistar.
 Su extravagante boda se celebró en Marsella en 1532 en medio de un delirante desvarío de fastos, espectáculos y regalos. La que unos años más tarde se convirtiera en reina de Francia tuvo que soportar con absoluta elegancia a la amante de su marido, Diana de Poitiers, noble y astuta dama que en muchas ocasiones ejercía como autentica soberana; vivió a la sombra en su palacio esperando con una paciencia y un tesón admirables, su momento. A la muerte de su marido adquirió el protagonismo que siempre le habían negado convirtiéndose en madre del rey y más tarde, a la muerte de su hijo FranciscoII, en regente
Como digna noble florentina, refinada y culta, Catalina llega al corte acompañada de un enorme séquito de modistas, peluqueras, joyeros y cocineros empeñados en modernizar las costumbres y las mesas de los palacios franceses. Son famosos sus banquetes en Fontainebleau en los que toda una corte de cocineros italianos presentaban ante los estupefactos comensales platos hasta entonces insospechados y desconocidos. Famosa es la enorme afición de Catalina por las guarniciones a base de alcachofas, espárragos y espinacas, el gusto por los platos cocinados con zumos de frutas, la incorporación del azúcar en los postres venido de oriente a través de Sicilia y sobre todo por la aparición de las pastas y los helados  venidos de la lejana Persia en las mesas de los nobles franceses. Gracias a la «moderna italiana» se pusieron de moda las  ceñidas cinturas de avispa con complicados y tortuosos corsés y el uso del tenedor, precioso objeto venido de oriente que guardaban con celo en cajas de maderas talladas.
Las cocinas y las mesas de los nobles franceses  incorporaron nuevos usos y productos llegados de oriente a través de Italia, sentando las bases de lo que en poco tiempo se convertiría en la gran cuisine francaise del siglo XVII .

POLLO A LA NARANJA
-Un pollo entero troceado
-Dos buenas cebollas
-Un vaso  de vino blanco
-Dos naranjas grandes
-Sal  y aceite de oliva.
Ponemos en una cazuela una base de aceite y doramos los trozos de pollo previamente salados. Una vez dorados se ponen las dos cebollas picadas, el vaso de vino y el zumo de las naranjas. Se deja cocer todo junto hasta que el pollo este tierno, las cebollas deshechas y la salsa espesita.
Servir acompañado de unos  corazones de alcachofas hervidos y aliñados con sal ,aceite y limón.

miércoles, 11 de enero de 2012

Sidurhi, la primera tabernera de la historia

Difícilmente podría imaginar una mujer con más sensatez. Una mujer que al frente de una taberna en la antigua Mesopotamia acostumbraba a tratar a diario con hombres de todo tipo y calaña.  Sucios campesinos  sedientos de cerveza y héroes vagando por  bosques umbríos  en busca de la inmortalidad. La sed del hombre por alegrar el alma no conoce fronteras, ni clases sociales ni es patrimonio de clases favorecidas. A la taberna de Sidurhi acudían hombres solitarios en busca de sustento para sus pobres estómagos y consuelo para sus desasosegados corazones. Proporcionaba a sus clientes dudosos brebajes que mitigaban sus fatigas , saciaba su apetito con panes y  espesas sopas dignas de reyes y ¡cómo no! escuchaba pacientemente sus fatigas y pesares, adquiriendo por ello un enorme conocimiento a cerca de la naturaleza humana.

El poema de Gilgamesh es, hasta el momento la narración histórica más antigua que conocemos; Nos cuenta las andanzas del rey de Uruk, maltratador y tirano al que el pueblo, harto de sus desmanes intenta poner freno. Acuden a los dioses en busca de auxilio y estos deciden ponerlo a prueba con ingeniosas tácticas que hacen que nuestro héroe crezca y se convierta, con la ayuda de algunos maravillosos personajes, como nuestra Sidhuri, en un hombre sensato y libre.
En una de sus  atormentadas andanzas en busca de la inmortalidad llega derrotado, lloroso y sin aliento a la taberna de Sidhuri, ésta se oculta y cierra las puertas temerosa de su desolador aspecto y Gilgamesh aporrea su entrada hasta conseguir que le abra no solo las puertas de su casa sino las de su amable corazón. La mujer escucha sus penas, apacigua su estomago, amansa su espíritu y le dice:
Cuando los dioses crearon a los humanos, destinaron la muerte para ellos, guardando la vida para sí mismos.
Tú Gilgamesh, llénate el vientre, goza del día y de la noche. Ponte vestidos flamantes, lava tu cabeza y báñate.
Atiende al niño que te toma de la mano y alégrate.
Deléitate abrazando a tu esposa.
Este es el destino del hombre.
Pocos sermones a lo largo de la historia nos resultan tan reveladores, sensatos y coherentes.
Sabemos poco a cerca de los motivos que nos trajeron a este mundo, pero lo que sí sabemos es que estamos vivos, y lo estaremos por un tiempo infinitamente inferior al que estaremos muertos. Esa es la enseñanza de una sabia mujer que regentaba una  taberna en Babilonia hace 4000 ó 5000 años.
Cuando Gilgamesh vuelve triunfante del Bosque de los Cedros, con todo su brillo, su prestigio y su vigor busca su casa, La casa donde la cerveza nunca falta, la casa rica en sopas donde el pan abunda.
SOPA DE REMOLACHAS (Según una tablilla sumeria cuneiforme que se encuentra en la Universidad de Yale)
Hace falta carne. Echas agua, le añades grasa, la carne, sal, cerveza, cebolla, cilantro y comino. Después le añades las remolachas, puerro y ajo machacado. Lo haces puré y lo espolvoreas con cilantro picado.
¡Gracias Sidhuri!

lunes, 9 de enero de 2012

Ana de Austria, entre ollas y mosqueteros



Se dice que cuando Ana de Austria —primera hija de Felipe III y madre de Luis XIV, el llamado Rey Sol— fue enviada a Francia en 1615 para casarse con Luis XIII, llevaba entre su sequito una horda de cocineros especialistas en guisos y maneras españolas. Suya fue la hazaña de haber conseguido poner de moda en la corte del país vecino la olla podrida y el exótico y carísimo chocolate. La joven princesa española ­–convertida después por Alejandro Dumas en la heroína de Los tres mosqueteros-- fue obligada a casarse con un débil y pusilánime rey francés de catorce años  y hubo de adaptarse a vivir en una corte que la consideraba frívola, ‘provinciana’ y peligrosa, además de soportar a una suegra ambiciosa e intransigente. Ana supo afrontarlo todo con entereza, pero renunciar a su olla diaria, con sus  jugosas carnes y sus garbanzos en sazón, y sobrevivir a las tediosas tardes de palacio sin la reconfortante compañía de una jícara de humeante chocolate ya era demasiado para una princesa española, altiva y digna heredera de una lista interminable de reyes y reinos. Así, los gustos y las modas, tan prestas ellas a cambiar de amo, fueron poco a poco adquiriendo tintes nuevos y la olla española, medieval y excesiva, llegó a imponerse en Francia gracias a la ilustre ‘advenediza’. En adelante, el Pot au feu estaría presente  en las mesas mejor abastecidas.
En cuanto al chocolate, la famosa bebida que los aztecas elaboraban con las semillas del cacao, fue introducida en España por Hernán Cortés para agasajar al rey Carlos V. Pero no logró despertar demasiado entusiasmo hasta que unas monjas de Oaxaca (México) tuvieron la brillante idea de mezclarlo con azúcar, en vez de con guindillas como hacían los indios. Así, la nueva bebida se puso de moda y en el siglo XVI la taza de chocolate en la merienda se hizo habitual entre las mujeres de la aristocracia. Huelga decir que, gracias a Ana de Austria, el chocolate sentó sus reales en los manteles palaciegos de Francia, donde se servía en aparatosas vajillas aderezado con especias y leche. Enseguida tuvo gran aceptación entre las damas de la corte, que lo tomaban a escondidas por su supuesto poder excitante, aromatizado con canela y vainilla. El chocolate se intuía ya como uno de los mejores alimentos para ahuyentar penas y males, alegrar el espíritu y fortalecer el cuerpo. Y ojo al dato: ciento cincuenta años después, la abadesa de un convento francés, añadía: «Cuando quieran tomar un buen chocolate, mándenlo hacer la noche antes en cafetera de loza. El reposo de la noche lo concentra y lo pone esponjoso, mejorándolo. Dios no puede ofenderse por este pequeño refinamiento».


LA RECETA
Olla podrida
Probablemente derivada de la adafina, potaje sefardí del siglo XV.

Ingredientes
-Medio kg de garbanzos
-Una morcilla y un chorizo
-Medio kg de costillas adobadas
-250 gr de buen tocino
-250 gr de carne fresca de ternera
-Cebolla, un tomate, un puerro, pimiento verde, una zanahoria, unos dientes de ajo, una hoja de laurel y un trozo de col.
-Aceite, sal, pimentón dulce, canela, clavo y un poco de harina.

Elaboración
Ponemos los garbanzos a remojo la noche antes. Al día siguiente se ponen las carnes a cocer en una olla grande cubiertas de agua; cuando empieza a hervir se añaden los garbanzos, la col las verduras picadas y las especias, salvo los ajos, que se fríen en un poco de aceite con una cucharadita de harina y otra de pimentón. Revolvemos un poco y añadimos a la olla. Cocemos hasta que los garbanzos estén blanditos. Si fuese necesario añadir agua caliente. Reposar al menos una hora.
Se servía según el ‘rito de los tres vuelcos’, un  primer plato con el caldo, seguido de las verduras con los garbanzos, y por último la carne.

domingo, 1 de enero de 2012

Bienvenidos a mi libro de cocina a través de las diferentes civilizaciones

¿A qué sabían las albóndigas de la antigua Mesopotamia? ¿Cómo pueden prepararse unas hamburguesas dignas de un faraón egipcio? ¿Qué ingredientes integraban una sopa griega? ¿En qué consistía el garum romano? ¿Qué tenía de especial la sopa verde de la Edad Media? ¿Qué secretos culinarios descubrieron los conquistadores en América?

Los sabores y los olores de las cocinas de nuestros antepasados constituyen el misterio que Ángeles Díaz Simón se propone resolver en esta obra. Para ello, nos ofrece un viaje gastronómico al pasado que incluye las recetas de unos platos que, a pesar de tener mucha antigüedad, representan toda una novedad para nuestros paladares.

De esta manera, entraremos en las cocinas de las grandes civilizaciones de la historia, y sabremos qué alimentos acompañaban en sus viajes a una princesa de la antigua Mesopotamia, en qué lugar aparecieron las primeras recetas o hasta qué punto han sido importantes los ríos en el desarrollo de la gastronomía. Aspectos que nos permiten conocer momentos memorables y deliciosas anécdotas del arte de la cocina.

Para contactar conmigo, escribeme un correo a selegnasimon@hotmail.com