
En una de sus
atormentadas andanzas en busca de la inmortalidad llega derrotado,
lloroso y sin aliento a la taberna de Sidhuri, ésta se oculta y cierra las
puertas temerosa de su desolador aspecto y Gilgamesh aporrea su entrada hasta
conseguir que le abra no solo las puertas de su casa sino las de su amable
corazón. La mujer escucha sus penas, apacigua su estomago, amansa su espíritu y
le dice:
Cuando los dioses
crearon a los humanos, destinaron la muerte para ellos, guardando la vida para
sí mismos.
Tú Gilgamesh, llénate
el vientre, goza del día y de la noche. Ponte vestidos flamantes, lava tu
cabeza y báñate.
Atiende al niño que te
toma de la mano y alégrate.
Deléitate abrazando a
tu esposa.
Este es el destino del
hombre.
Pocos sermones a lo largo de la historia nos resultan tan
reveladores, sensatos y coherentes.
Sabemos poco a cerca de los motivos que nos trajeron a este
mundo, pero lo que sí sabemos es que estamos vivos, y lo estaremos por un
tiempo infinitamente inferior al que estaremos muertos. Esa es la enseñanza de
una sabia mujer que regentaba una
taberna en Babilonia hace 4000 ó 5000 años.
Cuando Gilgamesh vuelve triunfante del Bosque de los Cedros,
con todo su brillo, su prestigio y su vigor busca su casa, La casa donde la cerveza nunca falta, la casa rica en sopas donde el
pan abunda.
SOPA DE REMOLACHAS (Según una tablilla sumeria cuneiforme que se encuentra en la Universidad de
Yale)
Hace falta carne. Echas agua, le añades grasa, la carne, sal, cerveza,
cebolla, cilantro y comino. Después le añades las remolachas, puerro y ajo
machacado. Lo haces puré y lo espolvoreas con cilantro picado.
¡Gracias Sidhuri!